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viernes, 7 de febrero de 2014

La condición física de partida: intentando no empezar la casa por el tejado


"Todas las cosas son difíciles antes de convertirse en fáciles."
Thomas Fuller

Cuando comienzas a practicar deporte por primera vez es probable que veas terriblemente lejano realizar esos levantamientos pesados que otros compañeros de tu gimnasio consiguen sin apenas despeinarse o correr kilómetros y kilómetros sin apenas fatigarse. Tranquilo, todo eso y mucho más lo conseguirás, pero necesitas tiempo. Trabajar desde 0 es duro, pero a la vez gratificante, porque cada día puedes llegar a conseguir un pequeño logro que nunca hayas conseguido, y así cada día se convierte en un pequeño triunfo que te anima a seguir adelante.

Hoy quiero contaros mi historia. No nací aficionado al deporte, de hecho, me costó mucho cambiar de mentalidad y aún ahora no termino de creerme que entrenar sea una de las cosas con las que más disfruto cada día. La primera vez que corrí un kilómetro (la famosa prueba de las clases de Educación Física en el colegio) tardé unos 10 minutos. Tendría unos 14 años. Mientras mis compañeros se sentaban a verme acabar la prueba cuando yo apenas llevaba la mitad del recorrido (alguno incluso intentaba darme ánimos) yo sentía que no podía quedar aire suficiente en el mundo entero que pudiera llenar mis pulmones; si alguna vez has tenido una experiencia cercana a la muerte creo que sabrás de qué estoy hablando. Tras aquella traumática experiencia (que a pesar de todo a mí me supo a logro jamás antes conseguido) creo que no volví a correr en años. Desde entonces, y sin contar las insulsas y caóticas clases de Educación Física, mi contacto con el mundo del deporte se redujo a la bicicleta estática que teníamos en casa, y solo en verano, pues me resultaba imposible sacar tiempo durante el curso entre estudios y más estudios. No voy a hablar aquí (aunque podría venir bien) de lo mal diseñada que está la asignatura de Educación Física en este país, lo deficiente de su estructura y la culpa que tienen los colegios de haber criado una generación de jóvenes obesos y sedentarios.


Pero sigamos con mi historia. Finalmente me compré un set de mancuernas (no creo que llegaran a los 15 kilos de peso total) y, gracias a mi queridísima abuela que me regaló una bicicleta de spinning comencé a entrenar más en serio. Mis rutinas eran caóticas, sin ningún sentido, no sabía lo que era un peso muerto, no tenía ni idea de cómo realizar un remo y el curl de bíceps era el protagonista indiscutible de cada sesión. Los cambios físicos fueron pequeños pero aun así suficientes como para motivarme a seguir. Las jornadas de bici cada vez eran más largas, el velocímetro cada vez subía un poquito más y a los pocos meses podía pedalear durante horas sin apenas fatigarme. Sin embargo jamás llegué a ganar una musculatura en condiciones. Por no hablar de la dieta. De entre los muchos errores que cometía en aquella época destaca por encima de cualquier otro el batido de clara de huevo en crudo, un auténtico desafío para tu sistema gastrointestinal pero que aporta poco o nada a tus músculos; hazme caso, no lo intentes... no querrás saber el resultado.

Llegó la universidad y las jornadas de prácticas interminables, sumadas a una alimentación aún más deficitaria que mi dieta de base y los numerosos compromisos sociales me convirtieron en un deportista de fin de semana. Es cierto que había adelgazado mucho, empezaba a ganar fuera y, se me olvidaba, había empezado a correr. Lejos quedaron esos 10 minutos por kilómetro; ahora podía correr a unos 6 minutos por kilómetro, que no está nada mal teniendo en cuenta los antecedentes.

Sin embargo los cursos pasaban, mi carrera me absorbía y no sacaba tiempo para entrenar como es debido. De todas formas, por mucho que lo sacara, los resultados se resistían. Pero todo esto tenía una explicación sencilla. Estaba incumpliendo unas de las máximas no del deporte, sino de la vida en general, y que explicaré después: me había lanzado a “hacer sin saber hacer”, y eso se paga caro. Tuvieron que pasar otros dos años para que realmente comenzara a darme cuenta de mis fallos y, lo que es más importante, diera con las personas adecuadas de las que aprender. Es cierto que internet está llena de webs sobre fitness, culturismo y nutrición, y que últimamente proliferan los autodenominados “entrenadores personales”, que parecen saber de todo aunque, en realidad, ni ellos mismos saben cómo consiguieron el físico que tienen. Muchos pensaréis que habiendo asistido a un gimnasio la cosa habría sido diferente, pero lo cierto es que soy de la opinión de que pocos gimnasios de este país cuentan con personal debidamente cualificado para entrenar a principiantes que se preocupan por algo más que marcar abdominales antes de ir a la playa.

Comencé entonces un proceso de "búsqueda" en webs, foros y libros hasta dar con ciertas personas que, de inicio, destacaban. Su forma de comunicarse y los métodos que enseñaban se alejaban bastante del ideal culturista que a mí nunca me ha interesado, y decidí que ya tenía modelos a los que seguir y de los que aprender.
Dicho esto, que quede claro que yo no soy el mejor ejemplo sobre cómo empezar a entrenar, pero espero al menos ser capaz de transmitirte que de los errores se aprende, que nunca es tarde para empezar, y que aunque lleves un tiempo intentando empezar la casa por el tejado siempre estás a tiempo de parar e intentar construir primero los cimientos.

En una ocasión, Guillermo Alvarado, entrenador ampliamente reconocido de este país y al que sigo con cierto fervor escribió: “no corras para estar en forma, ponte en forma para correr”. Creo que esta es una mentalidad que no muchos comprenden y sobre la que merece la pena decir unas palabras, sobre todo ahora que hace apenas un mes empezó la temporada de entrenamiento para aquellos que intentan cumplir sus "propósitos de Año Nuevo".

Con los excesos de años y años de alimentación desequilibrada y una vida sedentaria acaban apareciendo esos kilos de más que a muchos les desagradan. Animados por ver cómo tantas y tantas personas, hombres y mujeres, mayores y pequeños, delgados y gordos , se agolpan para correr por el jardín de enfrente de su casa, ese hombre joven, de entre 20 y 40 años, se hace una promesa, se compra un par de zapatillas nuevas, y se lanza a correr junto con sus vecinos. Tras un calentamiento poco o nada acertado empieza el paseo, pero a los 2 o 3 minutos le sobreviene cierto nivel de fatiga. “No pasa nada, si me canso es porque estoy entrenando bien”. Sigue así durante unos 15 o 20 minutos, tal vez media hora, y se vuelve a su casa con la satisfacción del trabajo bien hecho; aunque se le salga el corazón por la boca, él es feliz. En este punto seguro que se muere de hambre, pero mejor dejamos la alimentación pos-entrenamiento para otra ocasión. A las pocas horas, o quizás al día siguiente se levanta con un terrible dolor de espalda, las rodillas hechas puré, y pinchazos en los tobillos. “No pasa nada, si me duele es porque he entrenado duro”.  El caso es que al cabo de unas semanas el poco peso perdido, los sacrificios de la dieta y el cansancio hacen que nuestro amigo abandone la idea de salir a correr al parque, guarde sus zapatillas en el armario y siga con su vida como era antes de esta fallida aproximación al deporte.


Esta es la historia de miles y miles de personas que se lanzan a “hacer sin saber hacer”. No te digo que debas leer interminables libros sobre el entrenamiento pero necesitas un mínimo de conocimientos. Tampoco estoy diciendo que necesites un entrenador personal para consultarle sobre cada nuevo paso que das. Solo pretendo hacerte entender que necesitas unos mínimos, una apropiada condición física de partida, para poder entrenar con adecuada intensidad y regularidad, y que esto se traduzca en resultados.

¿Cómo conseguir esa condición física? Siguiendo el simple y natural principio de “no empezar la casa por el tejado”. Yo también comencé mi entrenamiento desde una vida sedentaria y cometí errores, pero los corregí a tiempo. Tú también estás a tiempo de entrenar en condiciones.

Mi consejo, de momento y puesto que no puede saber cuál es tu condición física de partida, es que visites a tu médico, le expliques tus planes de comenzar a entrenar, y le pidas que te haga las pruebas pertinente para conocer tu estado de salud.


Nadie construiría un rascacielos colocando en primer lugar una gran antena en el tejado, entre otras cosas porque no existe tejado si no has construido ya el resto del edificio. El camino es largo, el edificio debe ganar altura día tras día, así que empieza hoy poniendo los cimientos adecuados.

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