¡Quién sabe dónde vamos, si apenas nos acordamos de dónde venimos!
Johann Wolfgang von Goethe
La nutrición, al contrario que otras ciencias, no ha adoptado todavía la teoría de la evolución. Las recomendaciones nutricionales emitidas por la gran mayoría de sociedades científicas y organismos de salud y nutrición son, de hecho, tan recientes como la primera pirámide nutricional, que data del último cuarto del siglo XX. Frente a una "moderna" forma de alimentación y las posibles limitaciones que ésta presenta, considerar cómo se ha alimentado la especie humana durante buena parte de su historia sobre este planeta resulta un tema interesante y que para muchos pretende dar con la solución a varios de los problemas de salud que padece la sociedad actual, y que hasta la fecha no han podido ser prevenidos ni tratados a través de intervenciones dietéticas tradicionales. No pretende este conciso post ser una lección sobre nutrición evolutiva, tema amplio y complejo, que dudo mucho se pudiera resumir fácilmente en una sola entranda, sino una pequeña reflexión sobre un tema que espero poder desarrollar más ampliamente en próximas entradas..
Empecemos por el principio. Nuestra especie recibe el nombre de Homo sapiens sapiens, y es una subespecie del Homo sapiens, el cual aparece en el planeta Tierra hace unos 250.000 años. Los primeros restos del H. s. sapiens se descubrieron en Etiopía y tienen una antigüedad de unos 195.000 años, aunque se cree que la especie es algo anterior, evolucionando del H. sapiens en el Paleolítico Medio (hace unos 200.000 años). Si quisiéramos extender la línea temporal hasta los primeros homínidos tendríamos que retroceder mucho más, unos 2.500.000 años. Toda esta línea temporal, que a alguno le habrá dado dolor de cabeza, únicamente sirve para hacernos a la idea de lo antigua que es la especie humana y es que, aunque reducido a números parece poco, llevamos casi un cuarto de millón de años morando por este planeta y nuestros antepasados varios millones.
Según la teoría de la evolución de Charles Darwin, las especies evolucionan según las características del entorno en el que habitan para acabar adaptándose de la mejor manera posible con el objeto de sobrevivir. A lo largo de muchos años, siguiendo un proceso gradual de cambios mínimos, aquellos individuos que cuentan con características que resultan más ventajosas en un determinando ambiente van prevaleciendo sobre el resto y eso es lo que, con el paso del tiempo, define los rasgos de una especie. Por efecto de la evolución una especie pobremente dotada puede desaparecer como ha ocurrido con el resto de homínidos; también es posible que lo que originariamente fuera una sola especie luego se divida en distintas especies al actuar sobre ellas estímulos ambientales distintos, de ahí que haya habido varias subespecies de H. sapiens. Y la nutrición es un poderoso estímulo ambiental.
En el Paleolítico, nuestros antepasados contaban con una serie de alimentos de origen animal y vegetal con los cuales debían construir su alimentación diaria. No tenían pirámides alimenticias, contadores de calorías ni etiquetas con la composición nutricional de los alimentos, así que tenían que improvisar. Más de uno se echaría las manos a la cabeza si os digo que en lugar de salir a comprar al supermercado o bajar a la panadería de la esquina el hombre del Paleolítico tenía que salir a cazar y de pan mejor no hablamos más, porque en aquella época no se sabía cómo hacerlo. De este modo, carnes, pescados, vegetales y frutas constituían la base de su alimentación, en resumen, la ingesta de proteínas y grasas era la tónica dominante siendo el consumo de carbohidratos muy variable, y sujeto a la distinta disponibilidad de los mismos en diferentes climas y épocas. A consecuencia de esto, los individuos cuyo organismo estaba mejor adaptado a una variabilidad de alimentos prevalecieron sobre el resto y siguieron vivos, transmitiendo sus características a su descendencia hasta nuestros días. Por tanto, podemos afirmar que la clave de una dieta equilibrada reside en nuestra propia genética.
Pero hace unos 10.000 años, en el Neolítico, algo cambió radicalmente nuestra forma de alimentarnos: el hombre descubrió la agricultura y se hizo sedentario. A este hombre “moderno”, adelantado a su tiempo, le era más fácil cultivar una plantación que salir a cazar, con lo que la dieta cambia radicalmente desde esos 10.000 años hasta ahora. La dieta de los agricultores comenzó a basarse en cultivos altos en carbohidratos con especial protagonismo del trigo y otros granos los cuales, hasta la fecha, habían constiuido no más que una parte marginal de la alimentación de ciertas tribus. A su vez, el incremento en el consumo de granos supuso una reducción en la ingesta de proteínas y un cambio en el balance de macronutrientes en comparación con la dieta de los cazadores-recolectores; la menor proporción de carne obtenida de la caza en el Neolítico provocó que el hombre se encaminara a una dieta menos nutritiva que la del cazador-recolector del Paleolítico. Los registros fósiles muestran un descenso en la estatura del hombre desde 175 cm hasta 160 cm y de la mujer desde 165 cm hasta 152 cm. Por su dependencia de los cultivos y la reducción en el acceso a un mayor número y diversidad de alimentos de origen salvaje, el hombre del Neolítico sufre mayor riesgo de hambrunas y desnutrición. Además, la aparición de los primeros asentamientos fijos tiene también una importante relación con la aparición de ciertas enfermedades epidémicas, pero este es un tema que excede lo que deseo tratar hoy.
¿Cómo ha afectado el incremento en el consumo de carbohidratos a nuestro organismo? Para el hombre paleolítico la glucosa constituía un nutriente escaso. Las concentraciones de glucosa en sangre eran un buen indicativo del nivel de abundancia o escasez de alimento; de este modo, en el primer caso nuestro cuerpo recibía la señal de este exceso nutricional y llevaba a cabo las acciones necesarias para acumular la glucosa en forma de glucógeno y grasa. Por el contrario, en periodos de escasez, donde la disponibilidad de glucosa es baja toman protagonismo las grasas que constituyen nuestras reservas energéticas. Como la cantidad de glucógeno es reducida en comparación con la del tejido adiposo, si la ausencia de carbohidratos en la dieta se prolonga algunos días se activan los mecanismos necesarios para metabolizar la grasa, esto es, el metabolismo cambia de glucolítico (emplear carbohidratos) a lipolítico/cetogénico (emplear las grasas y sus derivados, los cuerpos cetónicos). Este ciclo glucolisis-cetosis era un proceso natural y, en función del clima, el hábitat y las variaciones en las migraciones de los animales de caza un estado y otro se alternaban con mayor o menor frecuencia, siendo la cetosis el estado predominante durante las épocas de precariedad y reduciéndose la glucolisis al periodo de recolección de frutas y verduras, con la notable excepción de las poblaciones de los climas tropicales, cuyo consumo de hidratos de carbono es más elevado durante todo el año. De una u otra forma podemos decir que una característica del metabolismo del H. sapiens ancestral es la flexibilidad, posibilidad de alternar el uso de distintos sustratos energéticos de forma eficiente.
En este contexto de ciclos de escasez y abundancia se desarrolló lo que muchos llaman un genotipo ahorrador, es decir, nuestro genoma se aseguró los cambios metabólicos necesarios que hicieran posible el acúmulo de reservas energéticas suficientes para afrontar periodos de tiempo más o menos prolongados donde la disponibilidad de alimentos fuera menor. Esta tendencia a acumular depósitos energéticos debe hacer frente ahora a un periodo de continua disponibilidad de alimentos, que difiere de las condiciones anteriores sobre las que se desarrolló esta clase de metabolismo.
En este contexto de ciclos de escasez y abundancia se desarrolló lo que muchos llaman un genotipo ahorrador, es decir, nuestro genoma se aseguró los cambios metabólicos necesarios que hicieran posible el acúmulo de reservas energéticas suficientes para afrontar periodos de tiempo más o menos prolongados donde la disponibilidad de alimentos fuera menor. Esta tendencia a acumular depósitos energéticos debe hacer frente ahora a un periodo de continua disponibilidad de alimentos, que difiere de las condiciones anteriores sobre las que se desarrolló esta clase de metabolismo.
La pregunta que se nos plantea es la siguiente: si desde que aparecen los primeros homínidos hace millones de años hasta que aparece la agricultura la nutrición era básicamente rica en proteínas y grasas y nuestro metabolismo estaba adaptado a periodos de escasez, ¿son 10.000 años tiempo suficiente como para modificar la base genética de nuestro metabolismo? Todo parece indicar que no y, a pesar del paso del tiempo, podemos ver como hoy en día nuestra especie no ha sido capaz de adaptarse a la alimentación rica en hidratos y la sobreabundancia de alimentos, es más, ha respondido a ella con una serie de mecanismo patológicos que han hecho protagonistas de nuestro tiempo a las temidas y cada vez más prevalentes hipertensión arterial, obesidad, diabetes y dislipemias varias, enfermedades que no aparecen en el hombre del Paleolítico.
Cada vez más la evidencia científica sugiere que una dieta basada en la alimentación de nuestros ancestros puede ser efectiva en la prevención y el tratamiento de estas enfermedades tan comunes en nuestra sociedad “civilizada”. Evitar productos lácteos en exceso, margarinas, aceites vegetales, azúcar y toda clase de carbohidratos sencillos, así como reducir al máximo el consumo de cereales, dar un mayor protagonismo a la proteína de origen animal y a las grasas, y ajustar la ingesta de hidratos de carbono a las necesidades de cada individuo (en contraposición a las recomendaciones estáticas y generalistas de la pirámide nutricional) es la clave para una alimentación más equilibrada que la que se acostumbra a seguir. Sabemos que la arterioesclerosis, la resistencia a la insulina y las dislipemias son susceptibles de manipulación mediante ajustes dietéticos. La cardiopatía isquémica, los infartos cerebrales, la diabetes tipo II o las enfermedades renales se puede prevenir con dietas de estilo paleo o cetogénicas, que son mucho más eficaces que las clásicas dietas balanceadas basadas en la pirámide nutricional o vegetarianas por el simple hecho de ser dietas más parecidas a lo que comían nuestros antepasados, nutrición sobre la cual se construyó la base genética de nuestro metabolismo.
Quedan muchos temas por tratar, que iré comentando en posteriores entradas. Así por ejemplo, en necesario conocer las aplicaciones de una dieta baja en carbohidratos en el manejo distintas patologías así como sus beneficios en cuanto al rendimiento deportivo, o conocer las propiedades de los distintos tipos de hidratos de carbono y qué variedades son más adecuadas a la hora de incluirlos en nuestra alimentación.
Bibliografía
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Arthut De Vany. The New Evolution Diet: What Our Paleolithic Ancestors Can Teach Us about… 2011.
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:) feliz
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